Luis Paz-Ares (Vilagarcía de Arousa, 1960) es uno de los nombres fundamentales de la Oncología española. Jefe de Servicio de Oncología Médica del Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid y profesor titular de Medicina de la Universidad Complutense, ha dedicado buena parte de su carrera al estudio y tratamiento del cáncer de pulmón, con una amplia proyección internacional tanto en el ámbito clínico como en el investigador.
Gallego de nacimiento y de sentimiento, mantiene un vínculo estrecho con su tierra, a la que regresa con frecuencia y donde conserva residencia. Con motivo de la concesión del XXIV Premio Nóvoa Santos de Asomega, conversamos con Luis Paz-Ares sobre sus orígenes, su recorrido profesional, los avances en el tratamiento del cáncer y el rol de la ciencia, la tecnología y la humanización en la medicina actual.
¿Qué papel ha jugado Galicia en su vida personal y profesional?
Nací en Vilagarcía de Arousa, aunque tuve una infancia bastante itinerante dentro de Galicia. Viví hasta casi los seis años en una casa de labranza en la pedanía de Francos. Después nos trasladamos a A Coruña, luego de nuevo a Vilagarcía por dos años y otra vez a A Coruña durante tres más. Finalmente, ya en la adolescencia, nos mudamos a Madrid.
Somos nueve hermanos. Mi padre era funcionario, juez y catedrático universitario, y recibió una oferta para incorporarse al Ministerio de Educación y Ciencia. Creo que, además del atractivo profesional, pesó también el hecho de tener tantos hijos, cada uno con intereses distintos. Desde la periferia no era fácil facilitar la formación de todos, así que Madrid ofrecía más oportunidades para ello.
¿Mantiene una relación activa con su tierra natal?
Sí, muy activa. Toda nuestra familia es gallega. Hasta donde sabemos, salvo un tatarabuelo materno de Ureña (Valladolid), el resto de nuestros ancestros son gallegos. De los nueve hermanos, ocho vivimos en Madrid, aunque seis tenemos segunda residencia en Galicia. Yo suelo ir en verano, en Semana Santa y en otras ocasiones, tanto por motivos personales como académicos o profesionales.
¿Qué le llevó a estudiar Medicina y a especializarse en Oncología y, más adelante, en cáncer de pulmón?
No fui un vocacional clásico. Durante la primaria y secundaria fui cambiando de ideas sobre lo que quería ser. Incluso en Selectividad puse como primera opción Empresariales, aunque en verano cambié a Medicina. Siempre estuvo ahí, como una opción secundaria. La idea que tenía entonces sobre la Medicina distaba mucho de la que hoy conozco, por suerte.
Empecé la carrera sin una vocación definida, pero fue creciendo conforme la estudiaba. Me gustaban la Medicina Interna y el abordaje clínico integral de los pacientes. Sin embargo, ya al final de la carrera, empecé a cuestionar si era la especialidad adecuada a largo plazo por quedar más limitada al tratamiento de las descompensaciones, mientras que otros especialistas hacían el diagnóstico y la investigación, que también era más complicada en ese campo.
Eso me llevó a considerar Oncología, una disciplina que exige un conocimiento profundo de la medicina general. El cáncer puede afectar a cualquier órgano, dar metástasis en cualquier parte y causar complicaciones muy diversas. Además, los tratamientos oncológicos también generan efectos complejos. La especialidad ha cobrado cada vez más relevancia. Casi un tercio de la población fallece por cáncer. Uno de cada dos hombres y una de cada tres mujeres lo desarrollará.
¿Y por qué cáncer de pulmón?
Cuando empecé en Oncología trataba varios tipos de tumores: genitourinarios, testiculares, linfomas y pulmón. Pero la especialización es inevitable. El conocimiento se expande tanto que necesitas enfocarte. Elegí el cáncer de pulmón porque es un reto clínico y científico: es el que más muertes causa, su biología era poco conocida entonces y creía que disfrutaría viendo cómo el conocimiento avanzaba y se traducía en nuevas herramientas diagnósticas y terapéuticas. Y tuve suerte: se ha demostrado una elección muy fructífera.
¿Cómo ha evolucionado su visión de la Medicina desde que empezó?
Muchísimo. Me gusta el trato directo con el paciente, disfruto mucho en la consulta. Más allá del diagnóstico y el tratamiento, me satisface la relación humana. Esa dimensión no la valoraba tanto al principio, y sin embargo hoy es clave para mí.
Recibir el agradecimiento de los pacientes y sus familias es algo muy especial, muy pocas profesiones ofrecen ese retorno emocional. Me gusta también la faceta de investigación, que satisface muchas inquietudes intelectuales, tanto por aprender lo que han hecho otros como por intentar aportar tu grano de arena. Y realmente es fascinante cuando tienes la suerte de encontrar una pequeña pepita de oro en esta mina de la biología de esta enfermedad y, luego, transformarla en un potencial tratamiento que ayude a los pacientes de mañana. Es realmente fantástico.
Hoy la Oncología es una de las especialidades más importantes en muchos hospitales. Cuando llegué, éramos solo tres médicos en el servicio. Ahora somos más de 40. Además, es una de las áreas que más producción científica genera. Tiene también un reconocimiento social creciente, y eso ha facilitado la inversión pública y privada. Es una especialidad que ha ganado prestigio.
¿Cómo resumiría el estado actual de la investigación sobre el cáncer en España y en Galicia?
Cuando hice la especialidad, la supervivencia global a cinco años rondaba el 30-35%. Hoy supera el 60%. Se ha duplicado en tres décadas.
Vivimos más tiempo, lo que aumenta la probabilidad de desarrollar cáncer. En España hay más de un millón y medio de personas que han tenido cáncer, y esta cifra sigue creciendo gracias al diagnóstico precoz y a mejores tratamientos.
Hemos vivido dos grandes revoluciones:
No creo que haya una “penicilina del cáncer”, una cura universal. Los avances seguirán siendo progresivos y específicos: un pequeño paso para un subtipo tumoral, una nueva indicación, otra estrategia... Pero la suma de esos avances tendrá un gran impacto global. La prevención, sin embargo, sigue siendo una asignatura pendiente. Tomemos el caso del tabaco: es responsable del 85-90% de los cánceres de pulmón, y aún no hemos logrado erradicarlo.
Quizás el futuro pase por la prevención activa, como la quimioprevención o inmunoprevención, que puede que no veamos nosotros, pero llegarán. En cuanto al sistema español, tiene buena calidad y uniformidad. A diferencia de otros países con sistemas más desiguales, aquí hay bastante cohesión. Además, pese a la escasa inversión relativa, España destaca en investigación clínica: somos el segundo país del mundo en número de ensayos clínicos.
¿Estamos asistiendo a un cambio de paradigma en la investigación biomédica, con la integración de disciplinas como la inteligencia artificial o la ingeniería?
Sí. La Medicina lleva años incorporando nuevas capacidades y tecnologías. Para hacerse una idea: hace 40 años, secuenciar un solo gen podía ser una tesis doctoral. Hoy analizamos 50, 500 o incluso todo el genoma de un paciente de forma rutinaria. La inteligencia artificial ya forma parte de nuestro día a día. Nos va a ayudar en el diagnóstico precoz, el desarrollo terapéutico, el diseño de estrategias… Igual que hoy el cáncer no lo trata un médico aislado, sino un equipo multidisciplinar, también la investigación se hace en equipos amplios, con perfiles complementarios.
Uno de los valores que promueve Asomega es la humanización de la Medicina. ¿Cuál es su visión al respecto?
Puedes ser muy buen médico sin dedicarte al paciente, pero desde luego para mí sería mucho menos satisfactorio. Personalmente, lo que más me llena es el contacto con el paciente. No necesariamente una amistad, pero sí una relación de cercanía. Es como un panadero con sus clientes habituales: hay una conexión más allá del producto o del acto médico. Esa relación te aporta mucho. Aunque no siempre podamos curar, sí podemos acompañar.
Dar una mala noticia nunca es fácil, pero el verdadero problema no es la noticia en sí, sino lo que representa para el paciente. Por eso, debemos ser realistas con nuestros objetivos. Si podemos alcanzar un 70%, no debemos ponernos el listón en un 95%, porque solo genera frustración. Muchas veces lo único que podemos hacer es estar ahí, acompañar con humanidad, con escucha y sensibilidad. Y eso, bien hecho, también es medicina.
¿Cree que los médicos están suficientemente formados en esta dimensión humana de la profesión?
Creo que todos tendemos a pensar que las nuevas generaciones están menos comprometidas, pero no estoy del todo de acuerdo. Los valores cambian, algunos para bien, otros quizás no tanto. En mi época no recibí una formación humanística formal especialmente rica. Aprendí mucho de mis compañeros, de lo que veía en el día a día. Hoy en día, la formación estructurada es mejor que antes: hay más programas formativos y se dedica más tiempo a ello. Eso sí, no estoy seguro de que todos los médicos tengan hoy el mismo compromiso con la sanidad pública que teníamos entonces, aunque tampoco se trata de demonizar la práctica privada. Ambas pueden convivir si se hace con responsabilidad.
¿Qué mensaje daría a los pacientes y sus familias que afrontan un diagnóstico de cáncer?
Lo primero, que hoy conocemos mucho más sobre el cáncer y tenemos muchas más herramientas terapéuticas. En España, el tratamiento del cáncer es de calidad y muchas veces está a la vanguardia. A veces podemos curar; otras veces, controlar la enfermedad durante años con buena calidad de vida. Lo importante es que cada paciente entienda su situación, su pronóstico y las opciones disponibles.
También es fundamental contemplar el impacto global: emocional, social, económico, familiar. Hay que mirar al paciente de forma integral y acompañar también a su entorno. Esa mirada de 360 grados es clave.
¿Qué significa para usted el Premio Nóvoa Santos?
La verdad es que, como médico y gallego, es un orgullo el haber tenido la suerte de que mis compañeros hayan pensado en mí este año para este premio, lo cierto es que me reconforta bastante. Sobre todo viendo que es un premio por dedicarme a lo que me dedico cada día. No lo veo como un reconocimiento a una gran aportación específica, sino como un homenaje a una trayectoria profesional . Es una perspectiva importante para los que somos de la tierra.
¿Cuáles son sus propuestas para los otros premios asociados al Nóvoa Santos, el correspondiente al proyecto de humanización y a un joven investigador?
Mi propuesta para el primero es la Asociación Pro Personas con Discapacidad Intelectual de Galicia (Aspronaga), una entidad muy especial para mí. Tiene un centro de educación especial de A Coruña donde estudió mi hermano mayor. Toda la familia conserva un recuerdo entrañable y me gustaría mucho retomar el contacto con ellos.
Y respecto al joven investigador, en nuestro servicio trabaja una médica gallega, Lola Rodríguez Nogueira, R3 que está iniciando su tesis doctoral sobre el papel del microbioma en la inmunoterapia del cáncer de riñón.
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